Y tú, ¿a qué quieres jugar ahora?

La vida es un juego.
Y si no lo crees… imagínatelo,
al menos por un momento.

Un juego donde entramos y salimos de realidades paralelas, que convergen, se cruzan, se intercalan, se complican, se tensan, se relajan, se desarman, se reinician, se pierden o se recuperan.

A ratos, cuando me pongo demasiado adulta, con el ceño fruncido, me pregunto:

¿Cómo es el juego que estoy jugando? ¿A qué estoy jugando? ¿Cómo se siente?  ¿Cómo lo siento? 

La vida es un juego, pero no como para no tomárselo en serio. ¡Al contrario! 

Hay que jugarlo como lo hacíamos cuando éramos niñas, niños. Nos perdíamos en nuestra imaginación y diseñábamos futuros enteros, y hasta tres vidas posibles que pasaban al mismo tiempo.

Siempre lo tuve claro: quería ser artista, bailarina… o aeromoza. También soñé con ser vedette, como Rosita Fornés, que era la única en Cuba. Me dije: “yo quiero eso”. Pero ese juego no me lo tomé en serio y no lo construí. 

Lo mejor es que se dio la alternativa número uno: ser artista, bailarina. Porque lo que siempre supe era que quería moverme, sentir libertad. Y ahora que lo pienso… azafata, vedette o bailarina, todas volaban a su manera.

Lo curioso es que quienes se enteran de esta movida saben algo: para que su juego funcione, necesitan de otras personas. Porque el juego se activa en el intercambio.

Y claro, no todos los juegos se juegan igual. Si el juego es educativo, por turnos, equitativo, todo bien. Mola. Pero si es de esos donde alguien dice “la pelota es mía y hacemos lo que yo diga”, entonces mal, muy mal.

Porque quien sabe que está jugando a construir y deconstruir, muchas veces atrae a quienes aún no saben que tienen el poder de crear su propio universo lúdico. A quienes tienen sed y hambre, y son usados sin aliarse.

Por eso es tan importante mantener a nuestra niña cerca.

Rosita Fornés, vedette, cantante, actriz y una de las figuras más icónicas del arte cubano.

Mila Oliva, 22 años, Suiza.

Porque cuando el juego se acaba, o nos aburrimos, o el amiguito con el que estábamos jugando a las casitas quiere imponer sus reglas, tenemos el derecho de decir: “No juego más. No me apetece.” Sin que se nos caiga el castillo de naipes encima.

O mejor aún: podemos ser nosotras mismas quienes derribemos las cartas con calma.
Porque sabemos que podemos inventarnos otro juego. Soltar los naipes y agarrar los legos.

Y cuando la apatía nos gane y el juego se vuelva insípido, podemos preguntarle a esa niña:

¿A qué quieres jugar ahora? ¿Qué música ponemos? ¿Es solo para un rato, un hobby, o es un sueño que quieres cumplir?

Ahora estoy creando un nuevo juego. ¡Eso es lo que estoy haciendo! Y lo estoy jugando muy, pero que muy en serio.

Hoy, quiero jugar a crear obras conceptuales, llenar teatros, que me entrevisten. Quiero ser chamana, bruja con poderes. Quiero escribir libros, hacer retiros, organizar eventos. Quiero ser una mística curiosa y atípica.

Quiero jugar a ser eso: payasa, libre, salvaje, inteligente y despierta. Y quiero que quienes jueguen conmigo se vean afectados. Que se transformen. Que se vuelvan seres auténticos, atípicos, ellos también.

Esa es la única regla de mi juego. Esa es su propia finalidad.

La vida es un juego que se muestra con naturalidad. Sin prepotencia.

¿Y tú? ¿Cómo es el juego que estás jugando?

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El fuego que habita en nuestra cocina, está ardiendo.